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Mensaje por Sand Mar Feb 03, 2009 6:55 pm

La luna estaba zurcida al techo y el pequeño Ahmed se mantenía ajeno a todo, inmerso en sus eternos juegos que le llevaban a lugares desconocidos junto a su grupo de amigos. El escondite de la sociedad que les atosigaba con sus normas.
Había anochecido tiempo atrás, pero Ahmed no sentía temor, todo lo contrario, disfrutaba de esta parte del día, porque la diversión que producía en él y en el resto de niños la posibilidad de esconderse entre las tinieblas no era comparable a ninguna otra emoción, cosas de esta edad en la que sólo la conclusión de los juegos importa.
De pronto, mientras cada pequeño se encontraba agazapado en un lugar de aquel paupérrimo poblado que los había visto nacer entre sus calles, se oye un silbido cortante seguido de un estruendo ensordecedor que quebranta la tranquilidad y el alborozo infantil reinante hasta el momento, y hace temblar la tierra de un modo tan sobrecogedor que los gritos de los niños se ven ahogados por la destrucción que se cierne sobre ellos.
Al cabo de unos minutos, Ahmed huye de aquel su pequeño escondite, apenas un recoveco entre dos piedras mal encajadas y trata de ver más allá de la polvareda que ha levantado la explosión, buscando desesperadamente a sus amigos que al igual que él se encontraban en el lugar durante este estallido. En un primer momento, corre desesperado entre los escombros, gritando sus nombres al viento con una nota de pánico en su aguda voz... tras unos minutos, oye pedir ayuda no muy lejos de donde está a uno de sus jóvenes amigos, Mohamed, que cuenta con cuatro años sobre su vida y que en estos momentos se encuentra atrapado en las ruinas de lo que hasta hacía poco había sido una humilde casa.
Su piel morena se encuentra maquillada por el polvo blanco que cubre el lugar y sus ojos reflejan como un libro abierto el miedo que en él se esconde.
Ahmed se acerca al pequeño Mohamed, y con gran esfuerzo, logra liberarlo de su momentánea prisión... Tiene una pierna rota, pero saca fuerzas de donde ya no quedan y ambos niños intentan sin éxito buscar a sus otros amigos. Eran ocho jugando entre las sombras, ahora la sombra de seis desaparecidos se cierne sobre los dos supervivientes.
Paralizados ante el puro pánico, los chicos se abrazan como nunca antes lo habían hecho, sintiendo cada acelerado latido del corazón de su compañero como el suyo propio, que ahora se ha roto de dolor ante la pérdida. Saben que no volverán a ver a sus amigos y unas amargas lágrimas de impotencia resbalan por sus caritas infantiles que de pronto muestran un semblante nada acorde a la edad que tienen.
Allí están, ajenos de nuevo al mundo real, sin poder creer lo que ha sucedido. No articulan palabra, no parpadean, no sienten... sus sentimientos sólo son capaces de mostrar horror entre la penumbra.
En ese momento, un grito producido por una voz conocida los saca de su pesadilla, el padre de Abdul, otro de los niños que allí jugaba corre hacia ellos con una lúgubre mirada presa del más profundo terror y reconocimiento de lo inimaginable.
- Ahmed, Mohamed... ¡estáis vivos! Es increíble, jamás pensábamos que os encontraríamos con vida - entona angustiado. - Pero, ¿y los demás? ¿y ... Abdul?
Ahmed inclina la cabeza buscando los desolados ojos del padre como tratando de darle la respuesta que sus labios son incapaces de pronunciar. No hacen falta palabras, todo queda claro con aquella simbólica visión.
Se oye el derrumbe de unas ruinas cercanas y el miedo se acentúa, si aún es posible que éste crezca.
Aunque parezca imposible, la vida continúa y los dos niños salen de entre los escombros a brazos del padre que los acoge con cariño y, a su vez, con una angustia cegadora reinando en su corazón.
No hay nada que hacer. Todo está perdido...
Ningún sentimiento de alegría es capaz de brotar de ninguna de las almas presentes en aquella matanza de inocentes que tan sólo jugaban mientras la luna estaba zurcida al cielo.

¿Tienen sentido los derramamientos de sangre?
Sand
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