Claro de Luna
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Claro de Luna
Espero que os guste
PRÓLOGO
Una vida puede cambiar radicalmente en una única noche, como queda reflejado en este relato, donde una joven marcada por la soledad a la que estaba sometida redescubre la amistad en su estado más puro.
Éstos son los hechos que demuestran que todo es posible, y que estar con una mayor o menor cantidad de gente en un momento determinado no condiciona que ésta vaya a ser una situación permanente.
Porque, una noche puede ser más tiempo del aparente...
CAPÍTULO 1
Amalia estaba enfurecida. A la corta edad de 9 años ya había pasado por dos mudanzas. Era incapaz de comprender a sus padres y, por eso, se lo pretendía hacer patente:
-Mami...dile algo a papá, no quiero quedarme otra vez sin amigos, por favor -suplicaba.
-Pero, nena, seguro que siendo como tú eres harás amigos enseguida -respondía la madre con aire convencido. Y de ahí no la sacaba.
-Papi, ¿por qué nos tenemos que ir? ¿No me puedo quedar? -intentaba después con su padre.
-No, Amalita, no te puedes quedar tu sola. Son cosas de mayores, no las entenderías -decía ahora él.
La niña quedó triste. Siempre la consideraban demasiado pequeña para todo, y ella se creía suficiente mayor para saber los motivos de su marcha.
Pero, como había ocurrido en las otras ocasiones, no pudo hacer nada y la familia se mudó a otra ciudad al noroeste del país.
De esto ya hacía seis años y aunque Amalia ya conocía los motivos de la partida desde tiempo atrás, seguía sintiéndose tan incomprendida como el primer día. La causa era la ausencia de gente joven con sus mismas motivaciones en la ciudad, por lo que se sentía sola en medio de la nada.
CAPÍTULO 2
Aquel era un día como otro cualquiera, Amalia se levantaría a las ocho de la mañana y acudiría a la escuela, aunque ese era un lugar donde no lo pasaba nada bien. La razón era simple, ella era la única de su grupo que tenía inquietudes por su entorno y no le era indiferente la continua degradación de la ciudad.
Sonó el despertador, Amalia entreabrió los ojos, no quería alejarse del sueño que la perseguía noche tras noche y que tanto le agradaba. En el sueño, aparecía ella con una serie de jóvenes en un parque. La chica sabía que aquello era una utopía, porque no conocía a nadie que le gustara acudir allí tranquilamente, pero aún así lo interpretaba como una premonición…y no sabía porqué.
Estaba así, vagando por sus pensamientos, cuando una voz familiar se le acercó al oído y le dijo suavemente:
— Hermanita, ya es hora de levantarse, la mamá te está llamando— así se refería Jorge, el hermano menor de Amalia y el motivo de la mudanza de la familia.
— Voy…— contestaba monótonamente Amalia. Aquella era la situación que se repetía cada amanecer.
Se levantó por fin y miró fijamente a su hermano. ¡Qué poco se parecían! No físicamente, ya que ambos poseían una similitud en sus rasgos; sino en la forma de actuar de cada uno. Mientras Amalia perseguía sus ideales sin obstáculo que lo impidiera (a veces con demasiado ímpetu), Jorge aceptaba cualquier imposición que sobre él cayera. ¡Cómo se notaba que habían pasado su primera infancia en lugares tan diferentes entre sí!
— Amalia…— se impacientaba ya su madre.
La chica se puso rápidamente su uniforme del instituto, gris como todo en aquella ciudad. No le molestaba tener que llevarlo, pero lo percibía como una opresión a su libertad.
Finalmente, desayunó y se aseó.
Llamaron al timbre. Era Elisa, la única persona del colegio con la que trataba, no por falta de ganas, sino porque los demás le habían retirado la palabra mucho tiempo atrás. Cogieron sus bicicletas y ambas se dispusieron a emprender la ruta matinal hacia el instituto, que quedaba a las afueras de la ciudad.
Parecía un día cualquiera…
CAPÍTULO 3
¡¡¡Ring!!! El timbre anunciaba el final de las clases y el comienzo de la vida vespertina de cada uno.
Amalia cogió su bicicleta, esta vez en solitario, porque a la vuelta se pasaba por el parque, la única zona de la ciudad donde la joven protagonista se sentía más a gusto.
Tras veinte minutos de pedaleo, Amalia divisó la arboleda del parque. Se acercó al árbol más frondoso, encadenó la bicicleta y se sentó en el banco que quedaba al cobijo del citado árbol.
En este lugar acostumbraba a meditar cada tarde, porque era donde podía disfrutar realmente de encontrarse bien.
Aquella era una tarde de viento, los árboles crujían y en el fondo se escuchaba una única voz.
— ¡Qué extraño!— pensó Amalia. —No suelo escuchar nada más que el susurro del viento…
Y, con la osadía que la caracterizaba, se acercó a ver de donde provenía esa voz.
—Ojala alguien supiera como me siento…— decía una voz apesadumbrada de chico.
Si no fuera porque Amalia no creía en los milagros de ese tipo, hubiese saltado de alegría…pero, no podía ser…
Se acercó suavemente al joven…
CAPÍTULO 4
— ¡Hola!— dijo Amalia.
—… ¿Quién eres?—el chico se había sobresaltado.
—Perdona por asustarte, me llamo Amalia, y no he podido evitar la tentación de conocerte. Soy de la zona, ¿y tú?, no te había visto nunca por aquí…— respondió la chica.
—No te esperaba. Mi nombre es Carlos y yo tampoco te conocía…Acabo de mudarme a la zona.
Y prolongaron la conversación durante al menos dos horas. Descubrieron que eran las almas incomprendidas de la ciudad y decidieron marcar una cita para el día siguiente: misma hora, mismo lugar.
Estuvieron conociéndose durante dos semanas, pero al cabo de ese período, exactamente en el día 15, se llevaron una grata sorpresa, había otra joven en el lugar habitual de reunión:
— ¿Hola? ¿Quién eres? Somos Amalia y Carlos— se presentó Amalia ante la desconocida. Hay que reconocer que depositaba demasiada confianza ante los extraños, pero eran a causa de tantos años sola.
—Soy Vanesa, podéis llamarme Vane, y os he estado espiando estos días— respondió la joven,
Esta respuesta enervó a Carlos, el cual era muy intimista; pero Amalia, que ya comenzaba a conocerlo, lo tranquilizó un poco.
— Y, ¿cómo no has dicho nada antes? —cuestionó la protagonista.
— Suena a excusa, pero es que soy tímida— contestó Vanesa, sonrojándose.
Y, como en el caso anterior, se reunieron varios días durante los cuales conversaron animadamente. Descubrieron que eran los únicos jóvenes (de momento) que no habían nacido en aquella ciudad y los tres eran producto de múltiples mudanzas.
Uno de esos días, se explayaron más de lo habitual en la conversación. Amalia observó que estaba cayendo la tarde y que poco a poco el día se volvía oscuro, así que decidió marcharse a su casa.
CAPÍTULO 5
Por el camino, notó una extraña presencia, y…después, oyó una música que reconoció como “Claro de Luna” de Beethoven. ¡Cuántas veces había interpretado aquella armoniosa pieza al piano!
Aceleró el paso y la música se intensificó. Se detuvo y, sorprendentemente, la música ¡también!
Entonces…oyó una voz conocida, era Esteban, el cartero que acudía diariamente a su casa.
— ¿Qué hará aquí?— se preguntó Amalia.
— ¡Buenas noches!— saludó el cartero.
— ¡Buenas noches!— respondió la chica cortésmente.
—Vais por buen camino…seguid así y encontraréis el secreto— dijo entrecortadamente Esteban.
— ¿Cómo?— preguntó Amalia desorientada
—Nunca os habéis preguntado porqué sois los únicos con intereses— contó el cartero mientras se alejaba del lugar.
Amalia echó a correr y alcanzó su casa rápidamente. La breve conversación con Esteban la había dejado intrigada…
CAPÍTULO 6
Llegó a su casa nerviosa y azorada, su larga cabellera azabache estaba revuelta, al igual que sus pensamientos.
— ¿Sería verdad lo que le había contado el cartero? ¿O sería una mala pasada solamente? — pensaba. Fuera lo que fuere, aquel encuentro le dio mucho que pensar.
Todo empezaba a parecer más lógico… Decidió llamar a Carlos y Vane, pensó que entre los tres podrían hacer más…
—Carlos, soy Amalia, ¿quedamos después de cenar donde siempre?
—Vane, ¿vienes esta noche a nuestro lugar de reunión?
Con aquellas dos breves conversaciones, que afortunadamente no obtuvieron negativa, se formó una idea en la mente de la chica… Quizá todo tuviera algo que ver con los primeros años, puesto que, como ya es sabido, ninguno de los tres había nacido allí, y todos habían llegado pasados los 9 años… ¿tendría que ver algo todo esta coincidencia?
A las diez de la noche, puntuales los tres jóvenes, comenzaron a indagar sobre el caso, puesto que la anécdota de Amalia había impresionado a los otros dos chavales.
Entre los tres decidieron observar la conducta de una muestra de la población menor de ocho años, y crear así una variable que fuera común en todos los niños…
Buscaron mucho, trabajaron duro…pero finalmente lograron encontrar la unión entre todos, la asistencia a la misma escuela infantil entre los tres y los seis años.
Se acercaron a la escuela, y se sorprendieron mucho al observar un hecho desde la ventana…
CAPÍTULO 7
Eran todos los profesores, (¿qué hacían allí a esas horas?) junto con dos desconocidos.
Los tres amigos afinaron el oído con la ayuda de unos instrumentos de espionaje que Carlos no había olvidado.
— Mañana ponemos esto, esto los mantendrá ocupados— decía uno de ellos.
— De acuerdo, mientras tanto, colocaremos unos cascos a los niños que implantarán el chip de control de la personalidad —siguió el otro.
Pero un profesor los interrumpió:
— No me parece buena idea…
— Si quiere, se lo implantamos también a usted… — amenazó el desconocido.
Amalia estaba paralizada, aquel profesor era íntimo amigo de su padre y ahí estaba permitiendo esas atrocidades.
— De acuerdo, pero, que no sea una acción violenta— dijo una joven profesora.
—Entonces, todo claro…mañana al mediodía ya habrá terminado la campaña anual.
Los amigos se miraron con caras de espanto, con que era eso, por ese motivo los niños se mostraban tan dóciles y formales.
Pero esto no podía quedar así, los niños tenían derecho a disfrutar de su infancia jugando y haciendo travesuras.
CAPÍTULO 8
Amalia, Carlos y Vanessa se acercaron a la puerta del patio y entraron sigilosamente al colegio. Iban en busca de los chips, que pese a sus escasas esperanzas encontraron.
En este momento entró en acción Vanessa, que era muy buena en informática. Su plan era desactivar las funciones de control de los chips desde el portátil que se situaba en el aula y que determinaba el futuro de los niños mediante una configuración. Hackeó el sistema y se hizo con el control de la aplicación que anulaba la interacción con las sinapsis cerebrales.
¡¡Lo habían conseguido!!
Los tres jóvenes redactaron sendas cartas, una que custodiaron ellos y otra que fue remitida a las autoridades locales. En la carta detallaban la operación que se iba a llevar a cabo y la sumisión involuntaria de los niños. No la firmaron.
Al día siguiente, los desconocidos pusieron en marcha su plan, pero todo salió mal, los niños se rebelaron y las autoridades llegaron a tiempo para salvarlos.
EPÍLOGO
En poco tiempo, todos los chips fueron extirpados de los cuerpos infantiles, por lo que bien pronto pudieron gozar de la vitalidad y jovialidad de niños y no tan niños en aquella ciudad.
Los instructores del malévolo plan fueron condenados a una pena dura de cárcel y trabajos a la comunidad.
Se supo que los profesores también llevaban chip, sólo que tenían capacidad de decisión porque sus versiones eran de prueba. Ante tal hecho, fueron gratificados con un periodo vacacional en tierras paradisíacas y repuestos después en sus cargos en la docencia.
Los descubridores también fueron ampliamente gratificados. Pero, ante todo, Amalia agradeció redescubrir a un hermano maravilloso son inquietudes y ganas de molestar…cosa que acabó hartándola (nadie es perfecto)
PRÓLOGO
Una vida puede cambiar radicalmente en una única noche, como queda reflejado en este relato, donde una joven marcada por la soledad a la que estaba sometida redescubre la amistad en su estado más puro.
Éstos son los hechos que demuestran que todo es posible, y que estar con una mayor o menor cantidad de gente en un momento determinado no condiciona que ésta vaya a ser una situación permanente.
Porque, una noche puede ser más tiempo del aparente...
CAPÍTULO 1
Amalia estaba enfurecida. A la corta edad de 9 años ya había pasado por dos mudanzas. Era incapaz de comprender a sus padres y, por eso, se lo pretendía hacer patente:
-Mami...dile algo a papá, no quiero quedarme otra vez sin amigos, por favor -suplicaba.
-Pero, nena, seguro que siendo como tú eres harás amigos enseguida -respondía la madre con aire convencido. Y de ahí no la sacaba.
-Papi, ¿por qué nos tenemos que ir? ¿No me puedo quedar? -intentaba después con su padre.
-No, Amalita, no te puedes quedar tu sola. Son cosas de mayores, no las entenderías -decía ahora él.
La niña quedó triste. Siempre la consideraban demasiado pequeña para todo, y ella se creía suficiente mayor para saber los motivos de su marcha.
Pero, como había ocurrido en las otras ocasiones, no pudo hacer nada y la familia se mudó a otra ciudad al noroeste del país.
De esto ya hacía seis años y aunque Amalia ya conocía los motivos de la partida desde tiempo atrás, seguía sintiéndose tan incomprendida como el primer día. La causa era la ausencia de gente joven con sus mismas motivaciones en la ciudad, por lo que se sentía sola en medio de la nada.
CAPÍTULO 2
Aquel era un día como otro cualquiera, Amalia se levantaría a las ocho de la mañana y acudiría a la escuela, aunque ese era un lugar donde no lo pasaba nada bien. La razón era simple, ella era la única de su grupo que tenía inquietudes por su entorno y no le era indiferente la continua degradación de la ciudad.
Sonó el despertador, Amalia entreabrió los ojos, no quería alejarse del sueño que la perseguía noche tras noche y que tanto le agradaba. En el sueño, aparecía ella con una serie de jóvenes en un parque. La chica sabía que aquello era una utopía, porque no conocía a nadie que le gustara acudir allí tranquilamente, pero aún así lo interpretaba como una premonición…y no sabía porqué.
Estaba así, vagando por sus pensamientos, cuando una voz familiar se le acercó al oído y le dijo suavemente:
— Hermanita, ya es hora de levantarse, la mamá te está llamando— así se refería Jorge, el hermano menor de Amalia y el motivo de la mudanza de la familia.
— Voy…— contestaba monótonamente Amalia. Aquella era la situación que se repetía cada amanecer.
Se levantó por fin y miró fijamente a su hermano. ¡Qué poco se parecían! No físicamente, ya que ambos poseían una similitud en sus rasgos; sino en la forma de actuar de cada uno. Mientras Amalia perseguía sus ideales sin obstáculo que lo impidiera (a veces con demasiado ímpetu), Jorge aceptaba cualquier imposición que sobre él cayera. ¡Cómo se notaba que habían pasado su primera infancia en lugares tan diferentes entre sí!
— Amalia…— se impacientaba ya su madre.
La chica se puso rápidamente su uniforme del instituto, gris como todo en aquella ciudad. No le molestaba tener que llevarlo, pero lo percibía como una opresión a su libertad.
Finalmente, desayunó y se aseó.
Llamaron al timbre. Era Elisa, la única persona del colegio con la que trataba, no por falta de ganas, sino porque los demás le habían retirado la palabra mucho tiempo atrás. Cogieron sus bicicletas y ambas se dispusieron a emprender la ruta matinal hacia el instituto, que quedaba a las afueras de la ciudad.
Parecía un día cualquiera…
CAPÍTULO 3
¡¡¡Ring!!! El timbre anunciaba el final de las clases y el comienzo de la vida vespertina de cada uno.
Amalia cogió su bicicleta, esta vez en solitario, porque a la vuelta se pasaba por el parque, la única zona de la ciudad donde la joven protagonista se sentía más a gusto.
Tras veinte minutos de pedaleo, Amalia divisó la arboleda del parque. Se acercó al árbol más frondoso, encadenó la bicicleta y se sentó en el banco que quedaba al cobijo del citado árbol.
En este lugar acostumbraba a meditar cada tarde, porque era donde podía disfrutar realmente de encontrarse bien.
Aquella era una tarde de viento, los árboles crujían y en el fondo se escuchaba una única voz.
— ¡Qué extraño!— pensó Amalia. —No suelo escuchar nada más que el susurro del viento…
Y, con la osadía que la caracterizaba, se acercó a ver de donde provenía esa voz.
—Ojala alguien supiera como me siento…— decía una voz apesadumbrada de chico.
Si no fuera porque Amalia no creía en los milagros de ese tipo, hubiese saltado de alegría…pero, no podía ser…
Se acercó suavemente al joven…
CAPÍTULO 4
— ¡Hola!— dijo Amalia.
—… ¿Quién eres?—el chico se había sobresaltado.
—Perdona por asustarte, me llamo Amalia, y no he podido evitar la tentación de conocerte. Soy de la zona, ¿y tú?, no te había visto nunca por aquí…— respondió la chica.
—No te esperaba. Mi nombre es Carlos y yo tampoco te conocía…Acabo de mudarme a la zona.
Y prolongaron la conversación durante al menos dos horas. Descubrieron que eran las almas incomprendidas de la ciudad y decidieron marcar una cita para el día siguiente: misma hora, mismo lugar.
Estuvieron conociéndose durante dos semanas, pero al cabo de ese período, exactamente en el día 15, se llevaron una grata sorpresa, había otra joven en el lugar habitual de reunión:
— ¿Hola? ¿Quién eres? Somos Amalia y Carlos— se presentó Amalia ante la desconocida. Hay que reconocer que depositaba demasiada confianza ante los extraños, pero eran a causa de tantos años sola.
—Soy Vanesa, podéis llamarme Vane, y os he estado espiando estos días— respondió la joven,
Esta respuesta enervó a Carlos, el cual era muy intimista; pero Amalia, que ya comenzaba a conocerlo, lo tranquilizó un poco.
— Y, ¿cómo no has dicho nada antes? —cuestionó la protagonista.
— Suena a excusa, pero es que soy tímida— contestó Vanesa, sonrojándose.
Y, como en el caso anterior, se reunieron varios días durante los cuales conversaron animadamente. Descubrieron que eran los únicos jóvenes (de momento) que no habían nacido en aquella ciudad y los tres eran producto de múltiples mudanzas.
Uno de esos días, se explayaron más de lo habitual en la conversación. Amalia observó que estaba cayendo la tarde y que poco a poco el día se volvía oscuro, así que decidió marcharse a su casa.
CAPÍTULO 5
Por el camino, notó una extraña presencia, y…después, oyó una música que reconoció como “Claro de Luna” de Beethoven. ¡Cuántas veces había interpretado aquella armoniosa pieza al piano!
Aceleró el paso y la música se intensificó. Se detuvo y, sorprendentemente, la música ¡también!
Entonces…oyó una voz conocida, era Esteban, el cartero que acudía diariamente a su casa.
— ¿Qué hará aquí?— se preguntó Amalia.
— ¡Buenas noches!— saludó el cartero.
— ¡Buenas noches!— respondió la chica cortésmente.
—Vais por buen camino…seguid así y encontraréis el secreto— dijo entrecortadamente Esteban.
— ¿Cómo?— preguntó Amalia desorientada
—Nunca os habéis preguntado porqué sois los únicos con intereses— contó el cartero mientras se alejaba del lugar.
Amalia echó a correr y alcanzó su casa rápidamente. La breve conversación con Esteban la había dejado intrigada…
CAPÍTULO 6
Llegó a su casa nerviosa y azorada, su larga cabellera azabache estaba revuelta, al igual que sus pensamientos.
— ¿Sería verdad lo que le había contado el cartero? ¿O sería una mala pasada solamente? — pensaba. Fuera lo que fuere, aquel encuentro le dio mucho que pensar.
Todo empezaba a parecer más lógico… Decidió llamar a Carlos y Vane, pensó que entre los tres podrían hacer más…
—Carlos, soy Amalia, ¿quedamos después de cenar donde siempre?
—Vane, ¿vienes esta noche a nuestro lugar de reunión?
Con aquellas dos breves conversaciones, que afortunadamente no obtuvieron negativa, se formó una idea en la mente de la chica… Quizá todo tuviera algo que ver con los primeros años, puesto que, como ya es sabido, ninguno de los tres había nacido allí, y todos habían llegado pasados los 9 años… ¿tendría que ver algo todo esta coincidencia?
A las diez de la noche, puntuales los tres jóvenes, comenzaron a indagar sobre el caso, puesto que la anécdota de Amalia había impresionado a los otros dos chavales.
Entre los tres decidieron observar la conducta de una muestra de la población menor de ocho años, y crear así una variable que fuera común en todos los niños…
Buscaron mucho, trabajaron duro…pero finalmente lograron encontrar la unión entre todos, la asistencia a la misma escuela infantil entre los tres y los seis años.
Se acercaron a la escuela, y se sorprendieron mucho al observar un hecho desde la ventana…
CAPÍTULO 7
Eran todos los profesores, (¿qué hacían allí a esas horas?) junto con dos desconocidos.
Los tres amigos afinaron el oído con la ayuda de unos instrumentos de espionaje que Carlos no había olvidado.
— Mañana ponemos esto, esto los mantendrá ocupados— decía uno de ellos.
— De acuerdo, mientras tanto, colocaremos unos cascos a los niños que implantarán el chip de control de la personalidad —siguió el otro.
Pero un profesor los interrumpió:
— No me parece buena idea…
— Si quiere, se lo implantamos también a usted… — amenazó el desconocido.
Amalia estaba paralizada, aquel profesor era íntimo amigo de su padre y ahí estaba permitiendo esas atrocidades.
— De acuerdo, pero, que no sea una acción violenta— dijo una joven profesora.
—Entonces, todo claro…mañana al mediodía ya habrá terminado la campaña anual.
Los amigos se miraron con caras de espanto, con que era eso, por ese motivo los niños se mostraban tan dóciles y formales.
Pero esto no podía quedar así, los niños tenían derecho a disfrutar de su infancia jugando y haciendo travesuras.
CAPÍTULO 8
Amalia, Carlos y Vanessa se acercaron a la puerta del patio y entraron sigilosamente al colegio. Iban en busca de los chips, que pese a sus escasas esperanzas encontraron.
En este momento entró en acción Vanessa, que era muy buena en informática. Su plan era desactivar las funciones de control de los chips desde el portátil que se situaba en el aula y que determinaba el futuro de los niños mediante una configuración. Hackeó el sistema y se hizo con el control de la aplicación que anulaba la interacción con las sinapsis cerebrales.
¡¡Lo habían conseguido!!
Los tres jóvenes redactaron sendas cartas, una que custodiaron ellos y otra que fue remitida a las autoridades locales. En la carta detallaban la operación que se iba a llevar a cabo y la sumisión involuntaria de los niños. No la firmaron.
Al día siguiente, los desconocidos pusieron en marcha su plan, pero todo salió mal, los niños se rebelaron y las autoridades llegaron a tiempo para salvarlos.
EPÍLOGO
En poco tiempo, todos los chips fueron extirpados de los cuerpos infantiles, por lo que bien pronto pudieron gozar de la vitalidad y jovialidad de niños y no tan niños en aquella ciudad.
Los instructores del malévolo plan fueron condenados a una pena dura de cárcel y trabajos a la comunidad.
Se supo que los profesores también llevaban chip, sólo que tenían capacidad de decisión porque sus versiones eran de prueba. Ante tal hecho, fueron gratificados con un periodo vacacional en tierras paradisíacas y repuestos después en sus cargos en la docencia.
Los descubridores también fueron ampliamente gratificados. Pero, ante todo, Amalia agradeció redescubrir a un hermano maravilloso son inquietudes y ganas de molestar…cosa que acabó hartándola (nadie es perfecto)
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